La gallera política chiapaneca empezó alborotarse recién entrado el 2021. Políticos de viejo cuño han presentado cartas de intención para candidaturas a puestos electorales.
Los aspirantes preparan, afilan espolones para lanzarse al ruedo de la contienda. Conocen, saben y miden riesgos con su piel de opositores o de probables abanderados de partidos gubernamentales.
La alianza entre el PRI, PAN y PRD figura como un no despreciable bastión de lucha política, en faceta de opositora más fuerte en el país.
De esa suma de fuerzas podrían surgir arietes y hasta caballos de Troya, dado el temple y la experiencia de gobierno que poseen.
No en vano han conquistado la presidencia de la República, gubernaturas y cargos legislativos.
Esos partidos representan intereses de toda naturaleza, muy potentes y variados.
Poseen doctrinas, proyectos de gobierno y principios para sectores como empresarios, el clero y votantes ligado a visiones de gobiernos de la pos revolución mexicana.
La democracia constitucional y popular fundada en la razón, la ley, el respeto y la tolerancia, no puede a priori descalificar y dividir la tesis y la acción política entre el rol de conservadores y liberales, aunque la historia establece esas categorías.
Una posición reduccionista sólo conduciría a pensar en buenos y malos, como si la política no fuera inclusión participación e integración común alentada por intereses individuales y comunitarios, en tanto sean legales.
El gobierno debe tener como primer engranaje el llamado para conformarlo con la participación de todos.
Ése debía ser el motor del pacto político: aceptar que el gobierno debe ser para todos, al cual no sólo se debe aspirar, sino integrarse para construirlo. Para todos así, se trate del PRI PAN y PRD y los llamados partidos satélites en Chiapas y el país